Una de las características del debate energético en nuestro país es la ligereza con la que se habla de los costes del sistema eléctrico, ligereza que roza la frivolidad, que tiene sus bases en la ignorancia y en muchos casos en prejuicios que ni siquiera son ideológicos sino atávicos. Luego están los que confunden intencionadamente a la opinión pública con sus campañas demagógicas pero perfectamente ejecutadas o con la intoxicación permanente a través de sus poderosas maquinarias de influencia. Los principales protagonistas de esa deplorable exhibición de frivolidad e ignorancia son sin duda los tertulianos, esa lamentable derivación del periodismo que permite que mis compañeros periodistas sienten cátedra en la misma media hora sobre la situación en Crimea, el temporal del Cantábrico, el aborto o la política del Banco Central Europeo o de la propia Reserva Federal Norteamericana, como si en todos los casos dominaran los antecedentes, las claves estratégicas y sociales y todos los datos.
Los tertulianos no son los únicos, editorialistas, columnistas y, sí, políticos, hablan también de los costes del sistema eléctrico con el mismo conocimiento que tengo yo de la formación de las ciclogénesis explosivas. Para hacerlo basta un dogma: “las renovables son caras”, “no podemos permitirnos seguir pagando las primas”, “ha sido un capricho que nos va a salir muy caro”, y generalidades de este tipo que se supone revelan un conocimiento profundo y exacto de nuestro sencillo, diáfano y transparente sistema eléctrico.
El problema no es que empiecen confundiendo las primas de las renovables con las del conjunto del extinto Régimen Especial –eso también lo hacen deliberadamente los que saben del tema– sino que en ningún caso ni tendrán en consideración los retornos socioeconómicos de los incentivos ni, por supuesto, se ocuparán de valorar el resto de costes del sistema o de analizar el porqué de los pingües beneficios de las eléctricas, que algo tendrán que ver con los mismos.
Pues bien, lo caro de nuestro sistema eléctrico no son las primas a las renovables aunque nadie puede discutir que el regulador cometió un error al permitir que se incorporaran 2.700 MW de fotovoltaica, entre septiembre de 2007 y septiembre de 2008, con la misma retribución (alta retribución concebida para el despegue de la tecnología) cuando en esos meses se estaba produciendo una importante bajada de costes. Por cierto, la reducción de costes ha seguido teniendo una espectacular trayectoria hasta hoy lo que la convierte en una tecnología plenamente competitiva como lo demuestra la apuesta que está haciendo la Alemania de la señora Merkel, entre otros muchos países.
De creer a algunos de estos oráculos las primas son “regalos” (alguno lo dice textualmente) que van directamente a engrosar el beneficio de las empresas que hacen renovables y, por tanto, son perfectamente prescindibles. En esa misma línea de pensamiento están sin duda los hermanos Nadal que, en la estela de lo que hizo Sebastián, están empeñados en la cirugía gruesa, convencidos de que no están amputando órganos vitales de esas empresas sino protuberancias anormales y, por tanto, prescindibles.
El problema de esos tertulianos y de los responsables de la energía de este y del anterior Gobierno es que, al parecer, no le han dedicado ni diez minutos a la lectura de los estudios sobre el impacto macroeconómico de las energías renovables en España que publica APPA desde hace varios años y como hace, desde antes, la Asociación Empresarial Eólica en referencia a esta tecnología. La conclusión de los mismos es incontestable: las primas –incluso con los excesos comentados– constituyen la mejor inversión de nuestro país en este ámbito de la energía. En el presentado el pasado mes de diciembre se concluye que las energías renovables generaron al sistema un ahorro de más de 32.500 millones de euros en el periodo 2005-2012 solo en concepto de abaratamiento del precio del mercado diario, concepto que se discutía en el pasado pero que hoy es tan clamoroso que ya nadie lo cuestiona. Otros conceptos, que se ignoran siempre, son la reducción de importaciones de combustibles fósiles, gas o carbón que hubieran sido necesarios para generar los kilovatios de las renovables y que asciende a 15.368 M€. También se evitaron emisiones de CO2 por valor de 3.095 millones y otros retornos como su contribución fiscal neta (569 M€ en 2012), la inversión en I+D+i que triplica la media de nuestro país o las exportaciones netas que llegaron a 724 M€ en dicho año. Pero de esto no se habla nunca, da igual que las cifras desmientan contundentemente el eslogan mil veces repetido de que “las renovables son caras”.
Bueno, pues si las renovables no son caras ¿qué es lo caro de nuestro sistema eléctrico? Quizás la respuesta esté en otros costes del sistema. Por ejemplo la distribución, 5.005 M€ en 2012 con un aumento del 15% respecto a 2008, periodo en el que la demanda descendió un 5,08%. En ese mismo periodo y en esas mismas circunstancias de bajada de la demanda los pagos por capacidad a los ciclos combinados (subvención de un error estratégico) aumentan en un 57% hasta llegar a los 802 M€ y, quizás lo más escandaloso, los servicios de ajuste del sistema que se reparten, una vez más, las eléctricas se incrementan en un 54% hasta alcanzar los 1.147 M€. Pero de esto, tampoco se habla nunca.
¿Dónde está lo caro y lo barato? A lo mejor para responder podemos fijarnos en un elocuente detalle: en 2013, mientras las tres principales eléctricas sumaron 5.899 M€ de beneficios, una empresa renovable como Acciona presentaba pérdidas por más de 1.800 M€ y cientos de empresas del sector cerraban o se encuentran en suspensión de pagos. Sí, podemos y debemos matizar que una parte de los beneficios de las eléctricas proceden del negocio exterior aunque la contribución de la actividad nacional sigue siendo muy importante o que en el caso de la compañía de los Entrecanales otras actividades han tenido su influencia en sus resultados negativos, sí pero todo esto constituye una pista no desdeñable: la electricidad más cara de Europa y las eléctricas que más ganan de Europa. ¡Por ahí, por ahí!