Con motivo de la subida del “recibo de la luz”, en los últimos días del año que se ha ido hemos asistido a un vendaval de críticas a las renovables a las que, interesada pero injustamente, se ha señalado como culpables de ese incremento. Se han podido leer y escuchar desde tergiversaciones absolutas de la realidad energética de nuestro país hasta auténticos despropósitos, fruto de la ignorancia de esos tertulianos y columnistas que hablan y escriben con el mismo descaro de las decisiones del Fondo Monetario Internacional, de bioética, de las claves internas del PP asturiano o …de energía.
Es muy fácil apuntar al incremento de las primas a las renovables como causa de este aumento de casi un diez por ciento puesto que este ha sido el concepto que más ha crecido en los últimos años en nuestro sistema eléctrico pero sin embargo la realidad es mucho más compleja.
En primer lugar hay que señalar que en el sector eléctrico español estamos asistiendo desde hace meses, quizás desde hace un par de años, al primer choque frontal entre el desarrollo de las renovables y los intereses de las empresas titulares de las tecnologías convencionales. La reducción de la demanda que ha traído consigo la crisis ha adelantado un enfrentamiento que tarde o temprano tenía que producirse por el reparto del pastel. En nuestro país ese choque se ha agravado por el error estratégico, de error histórico cabe calificarlo, de las grandes compañías que han puesto en funcionamiento en el último decenio centrales térmicas de gas (ciclos combinados) con un potencia total de 26.844 MW. Esas centrales concebidas para funcionar más de 5.000 horas al año apenas llegan ahora a las 2.500 horas y ahí está la causa principal de las tensiones del sistema eléctrico español, sí, incluso por encima del problema —que lo es e importante— del déficit tarifario.
La dimensión de la crisis ha podido echar por tierra las expectativas de crecimiento de la demanda eléctrica en nuestro país pero no justifica el tremendo error de cálculo de las grandes compañías del sector que, primero, han debido pensar que la orgía de consumo con incrementos anuales por encima del 5 por ciento iba a ser eterna; luego, han ignorado los objetivos del Plan de Energías Renovables 2005-2010; y, por último, no han sabido echar el freno a tiempo cuando la realidad demostraba que toda esa nueva potencia estaba destinada a reducir las horas de funcionamiento de las instalaciones ya en marcha de esta misma tecnología. Y eso que año tras año su producción pierde cuota en nuestro sistema eléctrico: – 14,2 % en 2009, – 16,3% en 2010. ¿Cómo es posible que todavía el pasado año se hayan puesto en marcha 2.200 MW de estas centrales?
Este inmenso error estratégico no lo han pagado los dirigentes de esas compañías, no, lo están pagando y lo van a pagar el desarrollo de las energías renovables. Para poder seguir quemando gas —combustible que importamos y que emite casi 400 gr. de CO2 por kwh— se ha pasado una consigna que ha calado especialmente en la prensa económica y en el despacho del Ministro de Industria: “hay demasiadas renovables”. ¿Demasiadas? ¿Acaso hemos reducido las emisiones de gases de efecto invernadero hasta los límites que nos impone el Protocolo de Kioto que este país ha ratificado? ¿Acaso hemos reducido nuestra dependencia energética del exterior, la más alta de todos los países de nuestro entorno? No, pues entonces la respuesta es obvia: tenemos que desarrollar mucho más todavía las energías renovables. Eso es lo que necesita el país aunque le duela en la cuenta de resultados a algunas compañías que se niegan a asumir que hay que cambiar el modelo energético más allá de campañas de marketing con los iconos renovables.
Con el déficit hemos topado
“No, mire usted, todo eso de las emisiones y las importaciones de combustibles —nos dicen— tiene su importancia pero es que no podemos permitírnoslo sin comprometer la competitividad de nuestra industria y tocar el bolsillo de nuestros consumidores porque antes tenemos que poner orden en esto del déficit tarifario del sistema eléctrico”. El déficit, que es un problema y muy grave —insisto—, tiene su origen en la decisión de Rodrigo Rato siendo ministro de Economía de hacer de la contención del recibo de la luz el ariete en la lucha contra la inflación de cara la convergencia europea a finales de los años 90. Alcanzada esa convergencia nadie cayó en la cuenta de poner al día la contabilidad del sistema pues mientras el recibo de la luz bajaba los costes de generación se incrementaban y no por las primas de las renovables, insignificantes todavía en las magnitudes del sistema. Todo lo contrario, en lugar de recuperar el equilibrio entre los que pagamos y lo que cuesta (incluidos los nada despreciables beneficios de las grandes compañías del sector) el déficit se institucionalizó. Los sucesivos gobiernos del PSOE miraron para otro lado durante siete años porque nadie se atrevía a poner el cascabel al gato. Así hasta que se ha hecho inasumible entre otras cosas porque pesa sobre la credibilidad de nuestras cuentas públicas ya que, aunque es una deuda de los consumidores con las compañías eléctricas, es el Estado el avalista de la misma.
Y aquí de nuevo el culpable, el chivo expiatorio del despropósito, son las energías renovables por el incremento del monto de las primas. Da igual recordar que, por ejemplo, en el año 2005 el déficit tarifario fue de 3.800 millones de euros y que las primas a las renovables ascendieron a 797 millones de euros. ¿Son las renovables las culpables del déficit? De nuevo la respuesta es obvia: no. Da igual: los tertulianos, columnistas, editorialistas o políticos desinformados con un micro delante, seguirán diciendo que el déficit tiene su origen en las primas a las renovables. Sí que es cierto es que mientras exista un mecanismo que no vincula los costes del sistema con lo que se paga en el recibo de la luz, el incremento de cualquiera de las partidas tiene su efecto en el volumen de ese déficit.
La competitividad de nuestro país está comprometida, no por el importe de las primas, sino por nuestra dependencia de los combustibles fósiles cuyo precio va a incrementarse notablemente en los próximos años mientras que sabemos que los costes de las tecnologías renovables van a la baja. El tiempo nos dará la razón pero quizás para entonces sea demasiado tarde.
Todo ello se produce porque como señalaba en un comunicado la Fundación Renovables “la opacidad del sistema permite un gran fraude a la sociedad” y añadía: “los ataques a las renovables, incluso desde el propio MITYC, se han escudado en esta falta de transparencia y en la opacidad de todo nuestro sistema energético, muy ocupado en desprestigiar la economía verde y ocultando con esmero los precios reales del gas y del petróleo”.