Desde que el pasado mes de septiembre se lanzara el primer cañonazo contra las energías renovables la ofensiva contra estas tecnologías no solo no ha cesado sino que, especialmente en las últimas semanas, ha arreciado hasta alcanzar el grado de ofensiva en toda regla que – no lo dude lector- quiere ser la definitiva. Resulta que todos los males de nuestro sistema energético tienen un único origen: las energías renovables.
A ellas se señala como culpables de la principal enfermedad del sistema eléctrico, el déficit tarifario, o de la pérdida de competitividad de las empresas españolas. Da igual que esta lacra, el déficit, surgiera hace más de una década cuando las primas de las renovables eran insignificantes, da igual que apenas hace cinco años se generaban 3.741 millones de euros de déficit en un ejercicio en el que el conjunto de las renovables no percibían más de 1.200 millones de euros. Da igual; nadie se para a analizar que el déficit lo genera un mecanismo que no vincula costes con precios, tan sencillo como eso. Obviamente si cualquier coste aumenta tendrá su reflejo en el déficit.
Ahora se dice que por culpa de las renovables habrá que aumentar un 20 por ciento el recibo de la luz. No, eso no es cierto, la realidad es que habrá que incrementar este recibo porque hace 14 años el señor Rato hizo de la contención del precio de la electricidad el ariete de la lucha contra la inflación y desde entonces ni los gobiernos de Aznar, ni los de Zapatero, han querido o se han atrevido a rectificar una política que pudo tener sentido coyunturalmente para lograr la convergencia con Europa en el camino del euro pero que hoy es una incoherencia total y una injusticia tremenda con los consumidores futuros.
En esta ofensiva escasea el rigor y sobra la demagogia. Empecemos por lo primero. El mejor ejemplo es la atribución a las renovables del conjunto de las primas del Régimen Especial y se hace deliberadamente desde empresas, instituciones y medios de comunicación que tienen suficiente conocimiento como para saber que el Régimen Especial incluye la cogeneración (que quema gas, no lo olvidemos, aunque tenga su justificación en términos de eficiencia) y el aprovechamiento energético de los residuos, tecnologías ambas que no tienen nada de renovables, ni de verdes. Pero, insisto, da igual, se atribuye a las renovables el 40 por ciento del volumen de primas que no les corresponde con el objetivo de desprestigiarlas. Todo vale.
El segundo paso para descalificar la apuesta es lanzar el importe de las primas (impresiona siempre eso de “miles de millones de euros”) sin mencionar lo que han aportado a cambio las renovables en términos energéticos, medioambientales, estratégicos o socioeconómicos. No se puede calificar la oportunidad de un coste, lo caro o barato que resulta algo, sin valorar lo que se ofrece a cambio. Los estudios macroeconómicos que se han realizado sobre el impacto socioeconómico de las renovables, sobre los retornos para el conjunto de la economía española, demuestran que más allá de los kilovatios autóctonos y libres de emisiones que se generan –que justificarían por si mismos la apuesta por las renovables- las primas son una excelente inversión para nuestra sociedad.
También se obvian, por supuesto, las cifras de lo que supondría para la economía del país la ausencia de estas tecnologías renovables en nuestro mix, en términos de importación de combustibles fósiles, en emisiones de gases de efecto invernadero, en el uso de tecnologías foráneas, en la menor creación de empleo y en un largo etcétera de desventajas de las tecnologías convencionales. Si se hicieran las cuentas constataríamos que lo razonable —perdón, eso no se lleva— es que, dado que la generación de energía conlleva unas transferencias de rentas, parece más oportuno que dichas rentas se queden en casa en sectores con tecnología propia y un sólido tejido industrial antes que cargar nuestra balanza comercial en beneficio de los países exportadores de hidrocarburos. ¿No? Podemos calcular cual sería la factura energética que tendría que pagar este país si no hubiera renovables y les aseguró que el incremento supera el importe de las primas que, cual apocalipsis, nos vaticina la curiosa coalición anti-renovable, incluso cuando hablan de cifras que superan los cien mil millones de euros. La alternativa sería siempre mucho más cara.
Otros aprovechan el fragor de la batalla para colocar su eslogan a favor de la tecnología nuclear -¡todavía hoy!-, cómo si en el escenario actual con 94.000 MW instalados y una punta de 45.000 MW (punta de hace 4 años que tardaremos en volver a alcanzar) alguna compañía eléctrica se podría plantear la construcción de una sola central. ¡Sin comentarios! Y como éramos pocos Zapatero fuerza, por motivos puramente clientelistas, un aberrante decreto para obligar a quemar carbón, en la dirección contraria a criterios básicos de la política energética como la reducción de emisiones o la competitividad.
¿Qué es lo que sucede entonces? ¿Por qué tanto ruido? La respuesta es sencilla: la reducción de la demanda ha anticipado unas tensiones que más tarde o temprano tenían que producirse entre los intereses de las tecnologías convencionales y el cambio de modelo energético en el que estamos inmersos, sí, CAMBIO DE MODELO ENERGÉTICO aunque ni siquiera alguno de sus protagonistas sean conscientes de ello.
Y esta primera batalla –lamentablemente la terminología bélica es inevitable- tiene un objetivo muy claro: hacer hueco en nuestro sistema eléctrico a las centrales térmicas de gas, los llamados ciclos combinados que –sin existir un mandato del regulador- han crecido desproporcionadamente a las necesidades, no solo actuales, sino a la de cualquier escenario previsible anterior a la crisis. Hay 23.635 MW en funcionamiento y todavía este año se inauguraran nuevas plantas destinadas a funcionar no más de 2.500 horas cuando su umbral de rentabilidad dicen que está en las 5.000 horas.
Insisto, nadie les ha obligado a construirlas. Se atribuye al Plan de Infraestructuras Gasistas y Eléctricas de 2002 del señor Folgado una “senda indicativa” de desarrollo de los ciclos pero, aún en ese caso, los estrategas de las grandes compañías deberían haber considerado que no iba a ser eterno el incremento del consumo eléctrico entre el 4 y el 7 por ciento de aquellos años. Además ¿se han enterado de que el Reino de España firmó en su día un protocolo de Kioto en el que se comprometía a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero? ¿Se han enterado de que había un Plan de Fomento de las Energías Renovables, primero, y luego un Plan de Energías Renovables que ha optado por una política de energías limpias y autóctonas: es decir, las renovables?
En este punto la falta de rigor y demagogia desemboca siempre en el argumento definitivo, en el descubrimiento de América: el viento no sopla siempre y son necesarias otras tecnologías de respaldo. Sí, cierto, pero ni en la cantidad ni con el coste que se manejan interesadamente desde el lobby gasista. Será lógico añadir al debe de las renovables, especialmente de la eólica, el coste de la tecnología de respaldo al valorar sus pros y sus contras, pero solo en la medida en que es necesaria en el mix eléctrico de cada momento. Ese coste no debe ser en ningún caso el pago de los errores estratégicos de las compañías titulares de esas instalaciones. Con la excusa del déficit y con el objetivo de reconocer esa garantía de potencia se va a proceder a un importante recorte de las primas. Quitar de un lado para pagar en otro. Reducir los incentivos a las tecnologías renovables, limpias y autóctonas, para que salga rentable quemar gas.
No se engañen, el déficit es una coartada, o ¿alguien piensa que la solución pasa por recortar en 300, 400 o 700 millones de euros las primas de las renovables? Porque ese es el margen de maniobra en la tropelía de cambiar las reglas del juego a mitad de partido, es decir de aplicar la retroactividad con el tremendo coste del desprestigio de nuestro país en los mercados financieros. Sí, los argumentos del déficit son una cortina de humo para el fin que se busca: un frenazo a las renovables para que los ciclos combinados pueden quemar más gas.
Las compañías que han realizado estas inversiones en ciclos combinados defienden sus intereses, lo que se puede comprender; pero lo que no tiene sentido es que un gobierno al que se le ha llenado la boca de discursos a favor de la sostenibilidad, del cambio de modelo energético, de un nuevo modelo productivo y de inequívocas manifestaciones de apoyo a las energías renovables —salvo en la letra pequeña del BOE— se vuelva ahora contra las renovables; lo que es un despropósito es que quien tiene que velar por los intereses comunes se deje arrastrar por unos intereses privados, aprovechando la confusión de la crisis; y, por último, lo que es un error histórico es que con una visión cortoplacista este Gobierno renuncie a permanecer en la vanguardia del cambio de modelo energético con la apuesta por las renovables que es considerada un referente de éxito reconocido en todo el mundo. Menos en casa, por lo visto.