El título y la tesis central de este artículo estaban previstos y anunciados al periódico antes del terremoto que asoló Japón hace quince días y el posterior episodio nuclear. Obviamente es muy difícil escribir o leer ahora sobre energía sin pensar en Fukushima. Sin embargo vamos a intentar retroceder unos días y situarnos antes del 11 de marzo cuando el debate nuclear en nuestro país estaba en pleno apogeo después de la enmienda de última hora a la Ley de Economía Sostenible para suprimir la referencia a los 40 años como límite de la vida útil de las centrales o la propuesta del “think tank” del partido de la oposición —partido que parece llamado a tomar las riendas del país dentro de un año— de, no solo alargar la vida de las centrales nucleares actuales, sino de construir nuevas.
Quería (antes de Fukushima) hablar de espejismo nuclear porque el debate nuclear en nuestro país estaba fuera del calendario, porque es y era un debate estéril y absurdo, que evita centrarnos en los temas esenciales como el ahorro y la eficiencia que es por donde tenemos que empezar a construir un nuevo modelo energético, una nueva forma de relacionarnos en nuestra sociedad con la energía. En ese extemporáneo debate nuclear existían en realidad dos debates que, para beneficio de una parte, se confunden y confunden a la opinión pública.
Prolongar la vida de las centrales
En primer lugar está la prolongación de la vida de las centrales existentes en España. Y ahí tenemos ya la decisión del Gobierno de cerrar la más antigua de ellas —por cierto, hermana gemela del reactor nº 1 de Fukushima— y que representa poco más del 1 por ciento de la producción eléctrica de este país. Las empresas titulares de la instalación tienen derecho a recurrir si consideran que se han vulnerado sus derechos pero no tiene sentido, como han hecho algunos medios, plantear esta decisión en términos catástrofistas de vuelta a la caverna.
Respecto al resto de centrales en operación cabe recordar que hasta el año 2021 ninguna de ellas cumplirá los cuarenta años de actividad. Mientras tanto seguirán aportando en torno a un 20 por ciento de la producción eléctrica a un bajo coste de explotación, efectivamente, aunque se necesitaría un tratado para aclarar las condiciones de su financiación. Sin embargo, de esos bajos costes no se benefician los consumidores puesto que los KWh nucleares reciben la misma retribución que los generados por el resto de tecnologías del Régimen Ordinario, es decir, el precio del mercado diario. En cualquier caso (ante de Fukushima) dentro de siete u ocho años se podría abrir el debate sobre su continuidad a la luz de cómo haya evolucionado nuestra economía, de la situación de las distintas tecnologías, del resultado de las políticas de ahorro y eficiencia, de la necesaria electrificación del transporte, de la evolución de costes de renovables y convencionales, y de lo que hayamos aprendido de la seguridad de las centrales. Algunos pensamos, estamos convencidos de que todos estos factores incidirán en la obsolescencia de la apuesta nuclear. Ni siquiera la posibilidad de trasladar a los consumidores los beneficios económicos que supone el tener en funcionamiento instalaciones ya amortizadas como ha hecho Merkel en Alemania, exigiendo un peaje de 30.000 M€ a las centrales que iban a prolongar su actividad (antes de Fukushima), justificaría una prórroga.
Nuevas nucleares
El otro debate, y tan extemporáneo como el anterior, es el de la construcción de nuevas centrales nucleares. ¿Por qué extemporáneo? Porque con instalaciones de generación eléctrica que suman a 1 de enero de este año los 103.086 MW (datos de REE) de potencia instalada y una punta de demanda en 2010 de 44.122 MW (datos de REE) podemos concluir que tenemos un parque sobredimensionado en el que una energía de base como la nuclear, que no regula su aportación, no puede hoy por hoy, ni a medio plazo aumentar su cupo en el mix. Cuando desde FAES se plantea la construcción de nuevas centrales a los primeros que les preocupa esa propuesta es a los responsables de las principales compañías eléctricas de nuestro país que en su día optaron por los ciclos combinados y que a día de hoy tienen unas tasas de utilización inferiores al 50 por ciento de las horas para las que estaban concebidas. En los últimos ocho años se han instalado en nuestro país 26.844 MW (datos de REE) de esas instalaciones cuyo combustible es el gas y que, por cierto, nadie les obligos a construir. Las compañías eléctricas podían haber optado (antes de Fukushima) por centrales nucleares puesto que, en contra de lo que mucha gente cree, no existe moratoria nuclear en España desde la aprobación de la Ley del Sector Eléctrico 54/1997 que liberaliza la generación de energía. Pero no lo hicieron porque, ni entonces ni hoy, se sabe con precisión el coste de las centrales de tercera generación que son las únicas que podrían construirse en la actualidad.
Sí, efectivamente, cuando hablamos de nuevas centrales nucleares debemos olvidarnos del manido tópico de la energía nuclear barata. Si en el caso de las viejas centrales habría mucho que discutir sobre subvenciones encubiertas y costes ocultos, aquí cuando hablamos de nuevas centrales, valen los datos que la propia industria aporta. Los costes de una nueva central en nuestro país tienen como referencia los de la que se está construyendo en Finlandia, Olkiluoto 3, puesto que no son comparables el entorno y las condiciones de las que se construyen en China o en India, por ejemplo, y tampoco sirve la comparación con Flamanville en Francia, cuyos costes reales se diluyen en la apuesta estatal por esta tecnología.
La central de Olkiluoto lleva ya cuatro años de retraso y dobla el presupuesto inicial, 2,7 M€ por MW instalado ya que la empresa constructora Areva reconoce que alcanzará como poco los 4,5 M€ por MW instalado. Este precio de inversión inicial eleva por encima de los 70 o 75€ el MWh producido, un precio superior a los 72,42 €/MWh percibido en 2010 por los parques eólicos acogidos en España al RD 436 (Fuente AEE) y sin los retornos socioeconómicos tan importantes que tienen las renovables para nuestro país y tantas veces ignorados.
Según los organismos más cercanos a esta tecnología los costes de inversión oscilarían entre los 2,5 M€/MW instalado y los 4 M€/MW instalado y otras fuentes los elevan hasta los 5,5 M€/MW. Para calcular el coste de generación hay que sumar a los costes de operación y mantenimiento (de 16 a 19 €/MWh), el de combustible (hoy todavía a 6 €/MWH) y los costes de capital en los que la horquilla se abre entre los 24 €/MWh para una inversión inicial de 3M€ MW instalado y los 45 €/MWh para una inversión de 5 M€/MW instalado. Estos costes hacen inviable la presencia de nuevas nucleares en un mercado liberalizado. Si se hacen nuevas nucleares tendrán que hacerse en un “régimen especial” que es lo que están reclamando en Estados Unidos o Reino Unido los proyectos anunciados que nunca se empiezan a construir.
Es sabido que el dinero, además de no tener patria, es muy cobarde (antes de Fukushima) y los numerosos riegos regulatorios, económicos, tecnológicos y medioambientales que se afrontan (antes de Fukushima) disparan los tipos de interés de la inversión en este campo que ronda los 5.000 millones de euros por central. Ya lo decía claro y contundente un informe del Citibank —poco sospechoso de “radicalismos ideológicos”— publicado en noviembre de 2009, con el elocuente título de “Nuclear: la economía dice NO” (https://www.citigroupgeo.com/pdf/SEU27102.pdf).
No, la energía nuclear no es barata y, en contra de lo que nos quieren hacer creer, el anunciado “renacer nuclear” (antes de Fukushima) era muy tímido. Los proyectos en Europa no sumarían más de 10.000 MW nuevos antes de 2020 mientras que en cumplimiento de la Directiva de Renovables se instalarán de aquí a ese año 220.000 MW nuevos de energías renovables.
Pensar en la nuclear como una alternativa barata era, los números lo demuestran, un espejismo ya antes de Fukushima. Nuestra sociedad debe abrir los ojos y ver que la oportunidad para este país está en las energías renovables cuyos costes de generación ya son competitivos en algunos casos y en otros se reducen espectacularmente año tras año. Tenemos además los recursos autóctonos, las tecnologías propias, la experiencia, un liderazgo mundial y respecto a los riesgos…….
La apuesta nuclear era ya un espejismo antes de Fukushima. Ahora, además, sabemos lo que ha pasado en Fukushima.